Cuando llegué
me sentía una mujer rara y diferente. Más alta que la mayoría, y con una
alegría, que en este pueblo perdido de las montañas, no se conoce. La orden de silencio que flota en el ambiente
es aceptada por todas vosotras. Las miradas aviesas de las mujeres mayores, y
las de desconfianza al volver las esquinas, dan una sombra de recelo y pesadumbre
en todo el pueblo.
Solo algunas
caras piden voz para ese mutismo, caras que son vigiladas por si hablan de lo
que hay que olvidar en el pueblo, que yo como jueza, voy a descubrir.
Fabián
Madrid
Más olvidos en el blog de María José Moreno
Tic tac tic tac tic tac.... el misterio está servido.
ResponderEliminarBesos
Contundente como un plato de Arguiñano.
ResponderEliminar