29/11/09

Marioneta esbelta



Estábamos el otro día en casa con unos amigos y al final la conversación derivó en juguetes eróticos. Mientras yo traía la cena oí como sugerían a mi pareja comprar alguno. Estaban hablando de vibradores y otros cachivaches. La verdad es que aunque había algunas palabras y objetos que no conocía, intenté seguir la conversación lo mejor que pude mientras entraba y salía de la cocina, y sugerí comprar uno. Dije exactamente: Mila nos podríamos regalar uno pequeño para probar. Mi pareja saltó, como movida por un resorte: ¡pequeño no, uno grande! y siguió hablando como si hubiera dicho la cosa más normal del mundo. Lo primero que cruzó por mi mente fue: pequeño, no. Pequeño, ya tenemos.

Yo no es que quiera presumir de grandeza, pero un aprobado más o menos alto, creo que tengo. Llevamos seis años de relación, desde que yo tenía veintinueve, y pensaba que las cosas estaban bien, de frecuencia y de tamaño. No podía explicarle la duda existencial tan importante que me había suscitado. No estaba yo para usar una herramienta, que sabes que a lo mejor (o a lo peor) no es la adecuada, pero te conformas, porque no tienes otra cosa. (Mientras no te compres una grande, claro). Para poder estar tranquilo después de cenar y despedir a los invitados y antes de ir a la cama, decidí tomar medidas para confirmar lo que yo necesitaba saber, y que sería muy útil en caso de una compra que parecía inminente.

Comencé usando medidas femeninas, o sea el metro de la costura. Era difícil y complicado por la flacidez de ambos elementos. Mila me llamaba desde la cama, pues no entendía qué hacía tanto tiempo en el cuarto de baño pequeño (¡vaya nombre! No me había fijado nunca). Miré a los dos rivales alternativamente y pensé: la gente lo hace y va presumiendo por ahí. Aunque no sea para presumir, tengo que intentarlo. Va por ti, Mila, y seguí con mis intentos. El metro amarillo intentaba seguir al rosa, pero este se deslizaba hacia sitios que yo no sabía que alcanzaba a esconderse. Podíase decir que eran dos enemigos irreconciliables. En este punto me puse a considerar y me planteé una apreciación técnica. Imagino que las medidas habría que tomarlas en un estado de plenitud medianamente aceptable y en caso de no superar el mínimo intentaría conseguir lo más que se pudiera.

Sin darme cuenta y concentrado como estaba en la tarea, había conseguido un rosa morcillón que servía para hacerme una idea. En caso de que no funcionara, también contemplé la posibilidad de ir y volver en mitad de todo, pero parecería muy raro. También lo puse en la encimera, al lado del lavabo, pero entre que no me podía acercar lo suficiente y lo pequeño del espacio (otra vez pequeño, qué palabra) lo tuve que dejar, aunque el espejo me doblaba la imagen, ficticia claro. Después de un rato, de dos intentos fallidos y dos llamadas más de mi pareja con disparatadas intenciones decidí probar otra cosa.

Pensé que si por lo menos uno de los dos estaba en forma sería más fácil, así que acudí a mi caja de herramientas. Tengo una regla metálica donde vienen las medidas en centímetros y en pulgadas, y continué con mi investigación. Un poco de lío con los números, entre los centímetros y las pulgadas, pero al final parecía que era más o menos lo que yo pensaba. Ya en este momento y animado por unos resultados provisionales medianamente satisfactorios, había logrado un rojo tensión. No obstante noté que al aplicar el medidor, y que según la presión en la base, aquello cambiaba de medida. ¿Cómo se medía y qué presión era la ideal? Si apretaba más, aquello se disparaba de medida y si lo dejaba flojo, faltaba. Otro punto a tener en cuenta: la base no es plana. Está como en cuesta. ¿Desde dónde mido? Si mido desde muy lejos ¿tendría que calcular el ángulo de desviación?

Un rato después y con tanto ver y mirar y creerme, había conseguido lo máximo: el grafito brillante. La medida no la tenía muy clara pero quería creer que era aceptable. Ahora el dilema era: qué hacía con aquello. Si volvía a la cama, llevaba mucha ventaja y podía parecer egoísta, aparte de raro cuando menos. Tampoco podía acostarme con la tienda de campaña montada porque sería una provocación y no estaba muy seguro de un triunfo tan aplastante. Si me esperaba allí, con mi ego tan subido, aquello podía durar mucho tiempo. Así que opté por enfriar mis ardores y empezar desde cero, ya con un ego de tamaño medio alto que es como yo pensaba en un principio, antes del metro de coser.

Por las prisas abrí el grifo al máximo, con lo que me salpicó todo el pijama de abundantes gotitas. Cerré el agua y aquello quedó en grafito brillante perlado de sudor, lo cual era peor.

Sin saber qué hacer, ni cómo solucionar el desaguisado, volví a la habitación desmoralizado, sin estar muy seguro de un número del que poderme sentir orgulloso y con aquello preparado. El panorama que me encontré fue el siguiente: Mila dormía viendo la tele y asiendo el mando con las dos manos como si se lo fueran a robar. (Aunque era pequeño, vamos, de tamaño normal, creo yo). Intenté quitárselo con cuidado para no despertarla. Y mientras la miraba, observé la cara de placidez que tenía. Nunca la había visto así, tenía una cara de satisfacción… Miré a la tele para ver qué estaba viendo y sorpresa. En la teletienda anunciaban una y otra vez un alargador de pene.

Ver.: 1.4 -29 de noviembre de 2009 - Fe Bravo

1 comentario:

  1. No te preocupes, amigo. Hay asociaciones, grupos de terapia, gente que conoce estos problemas y saben como ayudar. ¡ánimo! Seguro que después no le darás tanta importancia.

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