Relojero de
barrio:Mi padre era
relojero y cuando murió, mi madre cogió toda su herramienta y la llevó a uno de
los almacenes más grandes que había en Madrid, del cual habíamos oído hablar a
mi padre. Llevó la herramienta de precisión, pensó que sería una pena que se
perdiera toda esa habilidad, aparte del tema económico.
Llamaron del comercio y
ofrecieron una cantidad por todo lo que les habíamos llevado.
Una tarde
fuimos a recoger el dinero. Llegamos al almacén y mi madre dijo: venía a
recoger un talón.
– ¿A nombre
de quién está? Le preguntaron.
–Señora de
Escribano, dijo.
El
dependiente habló con otro de más edad y éste se dirigió a la oficina.
Cuando
volvió, salió del mostrador, y muy amable y nos dijo que si queríamos esperar
en una pequeña sala que tenían para los vendedores. Mi madre extrañada, dijo
que no hacía falta, que esperaríamos fuera. El dependiente insistió, alegando
que tardarían unos diez minutos en atendernos, y que si no nos importaba que
nos quedáramos en aquella habitación. Ante la insistencia de aquel señor
entramos. Mi madre me comentó que a lo mejor conocían a mi padre, y por eso
tenían esa deferencia. La cosa es que solo era un relojero de barrio, y
seguramente no gastaría mucho en fornitura ni compraría relojes como una tienda
grande del centro, pero a lo mejor tenía allí algún amigo que le quería
recordar.
A los diez
minutos entró el segundo dependiente diciéndonos que enseguida nos atenderían,
que si necesitábamos algo. Mi madre dijo que no, y le dijo que nos sentíamos
muy bien tratados. Cinco minutos después volvió el dependiente con el importe
exacto en un sobre, nos pidió disculpas por el tiempo de demora y se lo entregó
a mi madre, que lo recogió, y se deshizo en halagos con el dependiente y el
almacén. Salimos de allí un poco extrañados pero contentos.
Unos días
después recibimos por correo la factura detallada de la transacción, venía
firmada por el dueño del almacén, un tal Armando Escribano
En este caso si que se metió en el zapato ajeno, y tan ajeno en la señora del dueño del taller, a veces ocurre,uno no hace nada pero se ve arrastrado por la suposición y desconocimiento de otros.
ResponderEliminarBuena presentación la tuya Fabián, bienvenido a los jueves, espero que te sientas tan comodo como nos sentimos los jueveros y decidas ser parte del grupo.
Un abrazo.
¿algún pariente hasta ese momento desconocido?...me he quedada enredada en la historia.
ResponderEliminarSaludos.
Fabian, que sorpresa verte por los jueves. Al final te ha picado el gusanillo y te vas a hacer juevero, jejeje. Que curiosa coincidencia lo del apellido Escribano,será que suerte efecto eso de ponerse en los zapatos de otro??
ResponderEliminarBienvenido a los Jueves.
Un abrazo.
Me parece que no te conocía Fabián, !bienvenido a los jueves!
ResponderEliminarEntras con muy buen pie, ya sabes, tema zapatos ajenos, si me pongo en los de la señora Escribano me pasmo por el final inesperado, no resucita el marido, le aparece un hijo desconocido y crecido que reconoció el difunto, así de golpe, menuda sorpresas nos da la vida. Besito y hasta el próximo jueves o cuando de nuevo te visite.
Lo primero, ¡bienvenido!
ResponderEliminarEl relato me ha gustado mucho, con sorpresita final que no se esperaba nadie.
Espero seguir leyéndote.
Besos.
Hola Fabián! Un gusto leerte! Pues... qué decir! he quedado tan asombrada como la viuda del relojero, pero ciertamente el señor Armando Escribano, ha estado metido en los zapatos de aquel a quien reconoció por su apellido y lamentó su pérdida -o al menos eso creo yo-. Pones parte de la historia en nuestras manos o mejor dicho, en manos de nuestra imaginación!
ResponderEliminarUn beso al vuelo y bienvenido a la reunión de los jueves.
Gaby*
Un final de lo más inesperado. Eso lo hace un buen relato,una estructura linial y ese final que nos deja a todos atónitos, un hijo que aparece de golpe.
ResponderEliminarBienvenido al club de los jueves.
Un saludo
Fabian, bienvenido a la comunidad juevera. El desarrollo de tu historia nos va envolviendo, llevándonos a un final sorpresivo y una puerta abierta a varias posibilidades. ¿Simple coincidencia de apellidos?, ¿Hermano del difunto del que nunca oyeron hablar?, ¿Hijo tenido fuera del matrimonio y ocultado a su mujer?. Me inclino por esta última, pero la conclusión está abierta a la imaginación del lector.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Me sorprendió el final, el dueño del almacén...
ResponderEliminarQuizás uno no se puede ni imaginar que se siente estar en los zapatos ajenos.
Excelente aporte, me entretuvo mucho y aunque opté por un final, queda abierto otras posibilidades (como se expuso en comentarios anteriores) Saludos Fabián un blog más que tengo el gusto de explorar.
Ante todo, bienvenido... El relato me ha enganchado desde el principio, durante todo el tiempo en ascuas buscando al relojero la horma de su zapato y venía bien calzada al final... Un final abierto y deja ganas de saber más...
ResponderEliminarUn beso
Bienvenido a este grupo de jueveros, eso lo primero y luego decirte que me has dejado dando vueltas a tu historia. Final abierto de los que a mi me gustan, ahora yo lo completo...
ResponderEliminarFelicidades
¡Pero mira quien anda por este mundillo juevero! Me alegro de que te hayas decidido a participar, seguro que todos los compañeros te dan una calurosa bienvenida, ya verás. En cuanto al relato, ese final abierto me gusta, porque cada cuál puede elegir el suyo propio e incluso continuar la historia a su manera, que para eso está la imaginación. Un beso.
ResponderEliminarPues Pepe ha dicho exactamente lo que pienso, así que me adhiero a su comentario. Bienvenido, me ha gustado tu estilo.
ResponderEliminarBienvenido al jueves, es la primera vez que te leo, y me gustó mucho tu relato.
ResponderEliminarEl final a mí también me deja algo intrigada, ya lo leí dos veces pero sigo sin saber a ciencia cierta quién es ese que lleva el mismo apellido que la madre.
Igual me gustan las intrigas, así que un gusto leerte.
Un abrazo.
Fabián bienvenido a los "Jueves..."
ResponderEliminarTe confieso que esperaba algo, demasiado lineal para no sorprender con alguna perla oculta. Pero se abrió la ostra y nos dejó con la bola nacarada en nuestro tejado.
Abrazos
Me gustó Fabian tu relato, es llano y te va envolviendo con el correr de los sucesos hasta el giro sorpresivo del final. El trato preferencial supongo deviene por la empatía natural que siente el dueño del almacen por la situación de la viuda, y la coincidencia de apellidos pone una pizca de intriga a la narración.
ResponderEliminarTe mando un saludo
JAJAJAJA.... ARMANDO ESCRIBANO!!! JAJAJA... increiblemente justo! no hubiera pensado este final! me encantó el relato! tiene esos justificativos de la vida cotidiana que se hicieron notar en cada palabra. Muy bueno en serio! un abrazo! Me encata el blog!
ResponderEliminarBienvenido a este circulo de amigos.
ResponderEliminarNombre, profesión..... un alter ego?
Un abrazo
Bienvenido a los jueves, al ritmo que comienzas no te marcharás.
ResponderEliminarSencillo y encantador relato, a todos nos ha sorprendido el final...no es para menos.
Nos vemos los jueves.
Un saludo
He leído tu relato y después los 20 comentarios que acompañan al post. La primera impresión que me dejó tu texto fue: el padre, Armando, antes de fallecer dejó todo cerrado y bien atado y de ahí que, cuando la madre fue al gran almacén, ellos tenían todo concluido y rematado. Pero después he leído que podría ser otro hijo, también es cierto. De todos modos, me gustó esta historia.
ResponderEliminarUn saludo