Desde aquí te veo pequeñita. Sales del nido, y andando
torpemente empiezas a volar entre los demás. Apenas has aprendido, y ya te
atreves con las grandes corrientes, que parece que te tienen y sostienen suspendida
en el aire. He subido todo lo que he podido, para que no me veas. No quiero
perderte de vista. A lo mejor si llega algún depredador no me da tiempo a
llegar, pero tengo que tener confianza en ti, y espero que lo hagas bien. Eres
la última que ha salido de casa. Ninguno de tus hermanos llegó más allá de la
carretera.
Más vuelos en el blog de Alberto V.
Espero que la pequeñita, pueda dar buen uso de su vuelo, por su bien y por el sufrimiento de quien le da confianza y la deja libre.
ResponderEliminarUn abrazo:)
Muy bien narrada esa tremenda dualidad entre el temor de los primeros pasos y la necesidad de ofrecer lo que nos hace únicos: la libertad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Igual sería la sensación que nos produce a nosotros la independencia de nuestros pequeños...
ResponderEliminarMuy bonito. Adelante, pequeña, ánimo y fuerza vital, siempre puedes volver atrás, logrado o no tu deseo, porque un abrazo te espera.
También estoy con Juan: la tensión entre la protección de los "pulluelos" y su necesaria "suelta", es ineludible.
ResponderEliminarUn saludo
Ellos son más valientes que nosotros y se espabilan antes. A nosotros nos haría falta un poc de su valentía.
ResponderEliminarUn abrazo
Tus hijos no son tus hijos
ResponderEliminarson hijos e hijas de la vida
deseosa de si misma.
No vienen de ti, sino a traves de ti
y aunque estén contigo
no te pertenecen.
Tu relato me ha recordado estos versos de Kahlil Gibran, Daríamos la vida por ellos si fuera preciso, pero tenemos la obligación de respetar sus ansias de independencia y libertad, aunque en la sombra sigamos siempre espectantes.
Un fuerte abrazo.
El deseo de proteger a las crias es muy fuerte, pero más a de ser la confianza en ellas, para dejarlar volar en libertad, Sentidas letras las que hoy nos regalas.
ResponderEliminarUn beso.
Sabia y protectora naturaleza.
ResponderEliminarUna belleza!!! Dejar volar a nuestros hijos, aunque se nos haga un nudo en la garganta cada vez que se alejan más, pero es darles la libertad para que se desarrollen en la vida. Y esto se aplica mucho más en la naturaleza animal.
ResponderEliminarEl final es un poco angustiante, al menos para mí que soy sensible a que les pueda pasar algo a los pichones.
Un abrazo.
Ainss! Se me estrujó el corazón al final! El relato me encantó, pone en vuelo la entrega, la confianza y la esperanza de una madre en su hija... que por más ave que sea, seguro pretende que sus pichones alcancen vuelo y lleguen lejos sin amenaza alguna.
ResponderEliminarMuy buen enfoque del tema y ese estilo tuyo, breve, y que no deja ningún detalle desperdigado por ahí.
Besos!
Gaby*
Esperemos que corra mejor suerte que sus hermanas. Hay que dejarle volar, ha llegado su hora. Le toca cotinuar su camino. Un beso.
ResponderEliminarY esto está escrito en tinta invisible en las reglas de la vida, esas que nadie nos enseña pero que por algún motivo una vez deben emprender el vuelo sabemos que debemos darle sitio al momento...
ResponderEliminarBesos!!
Una bonita metáfora de la vida, el vuelo de los polluelos...aunque algunos no lleguen a su destino hay que dejarlos volar!
ResponderEliminarUn beso
Bonito relato Fabián. La naturaleza es cruel para algunos individuos, y el ser humano más. Un saludo y muchas gracias por participar.
ResponderEliminarAlberto.
Siempre dejas un espacio para la esperanza. Me gusta esa forma de cuidar sin que nadie se de cuenta. Precioso...como siempre. Un beso.
ResponderEliminarEsperemos que la pequeñita valiente,
ResponderEliminarcomprenda lo orgullosa que están de ella.
Muy bonito
Un beso